Poder de la mente
El Tiempo le respondió:
Ahora has hablado bien, honrado sabio; verdaderamente
el cuerpo sólo es mente. Como ei alfarero fabrica sus vasijas, la mente crea el
cuerpo con su mero pensamiento. Luego crea nuevos cuerpos y lleva a la destrucción
a los que exis- ten, y todo esto lo hace con su mera voluntad. De este modo
produce la ilusión de un cuerpo en ella misma; pero el hombre ignorante, dotado
de una visión física grosera, ve el cuerpo físico como algo diferente e
independiente de la mente.
Los tres mundos de la vigilia, el sueño
onírico y el sueño profundo, no son otra cosa que la expresión de las
facultades de la mente, que no puede conside- rarse real ni irreal. La mente,
condicionada por la percepción de la diversidad objetiva, sólo ve esta
diversidad objetiva.
La mente misma se ve involucrada en esta ilusión
objetiva manteniendo in- contables ideas sobre ella misma como ser feliz o
desgraciado, estar sano o en- fermo, cuerdo o loco. Cuando se comprende que
todo esto sólo es una falsa crea- ción de la mente, la paz suprema brota en
nuestra conciencia; en este momento la mente sólo piensa: "Yo soy el que
soy" 1.
La mente es como un vasto océano lleno de incontables
criaturas, en cuya superficie suben y bajan olas de diferentes tamaños. La
pequeña ola piensa que es pequeña; la grande piensa que es grande. La que es
deshecha por el viento piensa que ha sido destruida. Una piensa que es caliente
y otra que es fría. Pe- ro todas las olas no son más que agua del océano. Lo
cierto es que no hay nin- guna ola, sólo el océano existe. Pero también es
verdad que hay olas, aunque no son algo independiente del océano.
Del mismo modo, lo único que existe es el
absoluto Brahmán. Puesto que es omnipotente, la expresión natural de su
poder infinito se manifiesta como la infi- nita diversidad del universo. La
diversidad no tiene existencia real excepto en nuestra propia imaginación.
Establecido en la verdad, debes pensar :Todo esto es el Brahmán absoluto.
¡Arroja fuera de tí el resto de las ideas, no sirven para nada!. Como las olas
no son diferentes del océano, las cosas no son distintas de Brahmán. Del
mismo modo que el gran árbol permanece potencialmente oculto en la semi- lla,
el universo entero existe para siempre en Brahmán. Como el multicolor
arco iris sólo es producido por la luz del sol, toda esta diversidad objetiva
sólo se ve en Brahmán y por Brahmán, es decir por la conciencia y
en la conciencia. Igual que la inerte tela de araña ha sido segregada por una
araña viva y sen tiente, este in- consciente mundo objetivo ha brotado de la
conciencia infinita. Del mismo modo que el gusano de seda teje su capullo para
envolverse a sí mismo y quedar sujeto en su interior, el ser infinito imagina
este universo para caer preso en sus redes. Igual que el elefante podría romper
sin esfuerzo alguno el lazo que lo ata al poste, el ser puede liberarse a sí
mismo de la imaginaria esclavitud casi sin esfuerzo. Por- que el ser sólo es lo
que cree que es; para el Señor no hay esclavitud ni liberación. No sé cómo se han
producido estas ideas de esclavitud y de liberación. Lo único que se ve es el
ser infinito: pero lo eterno queda velado por lo transitorio y esta es
precisamente la gran maravilla que llamamos Maya.
En el momento en que una mente se manifiesta en la conciencia
infinita, sur- ge la noción de diversidad y comienzan a existir los objetos. A
causa de ello, en el universo parece que existen diferentes deidades e
innumerables especies creadas, unas de larga vida y otras efímeras, unas
pequeñas y otras grandes, unas felices y otras desgraciadas. Pero todos estos
seres vivos sólo son ideas de la conciencia infinita: unos se creen ignorantes
y están esclavizados, otros se creen libres de esta ignorancia y son liberados.
Los dioses, los demonios y los seres vivos, no son
diferentes de este océano cósmico de conciencia que se conoce como Brahmán: ¡esa
es la verdad, todo lo demás es falso!. Esos seres alimentan la falsa idea de
ser limitados y, asumien- do estos pensamientos impuros, se hunden en la
desesperación. Aunque residen eternamente en la conciencia cósmica, mientras se
creen separados de Brahmán permanecen en el engaño. Aunque siempre son puros,
superponen la impureza sobre ellos mismos, y esa es la semilla de sus acciones
y de sus inevitables con- secuencias: felicidad y desgracia, ignorancia e
iluminación.
Algunos de estos seres son puros como Vishnu y
Shiva, otros están ligera- mente manchados como los dioses y los hombres, y
otros viven en una pesada ilusión como los árboles y las plantas. Unos están
ciegos de ignorancia como los gusanos, otros merodean lejos de la sabiduría,
mientras que unos pocos han alcanzado la iluminación, como Brahma, Vishnu y
Shiva.
Aunque todo es movido por la rueda de la ilusión,
cuando uno camina hacia la sabiduría, se redime instantáneamente. Ni los que
están firmemente arraiga- dos en la ilusión como los árboles, ni los que han
destruido completamente su ilusión como los iluminados, necesitan practicar la
investigación que recomien- dan las escrituras. Estas han sido escritas por los
iluminados para dirigir a los que han despertado del sueño de la ignorancia y
de su torpeza natural, pero to- davía no han alcanzado la emancipación final.
Sólo la mente experimenta placer y dolor
en este mundo, y no el cuerpo material, que no es más que un fruto de la
fantasía de la mente, porque el cuerpo físico no existe con independencia de ia
mente. Tu hijo sólo experienció lo que deseaba en su propia mente; yo no soy
responsable de ello. Todos los seres de este mundo realizan aquellas acciones
que surgen del depósito de sus propias vásanás; ningún ser sobrehumano
ni ningún dios es el causante de su dolor ni de su alegría, nadie sino ellos
mismos es responsable de sus acciones.
Ven, vamos a ver a tu hijo adonde sigue haciendo penitencia después de
dis-
frutar transitoriamente los placeres celestiales.
Al decir esto, el Tiempo, Kála, tomó
a Bhrigu y se lo llevó lejos de allí...
Mientras tanto el sabio Vasishtha advirtió
que el octavo día estaba llegando a su fin y levantó la reunión como en jornadas
anteriores. Al dia siguiente continuó: Como te venía diciendo, el sabio Bhrigu
y el dios que gobierna el Tiempo fueron a la ribera del rio Samanga. En cuanto
descendieron del monte Mandara vieron hermosos bosques habitados por siddhas
iluminados y perfectos, que vivían en medio de poderosos rebaños de
elefantes. Vieron igualmente a otros sabios que eran cubiertos de flores por
las ninfas celestiales, y monjes budistas que camina- ban por el bosque sin
hacer el menor ruido. Después descendieron a las llanuras salpicadas de pueblos
y ciudades. Pronto llegaron a la ribera del rio Samanga.
Bhrigu vio a su propio hijo con otro cuerpo y con una
personalidad distinta a la que había tenido anteriormente. Mostraba una actitud
tranquila, y aunque estaba meditando profundamente en el destino de los seres
vivos, su mente per- manecía firme en el ser. El radiante joven parecía haber
alcanzado una total quietud de la mente, y el juego de los pensamientos y sus
contrarios parecía ha- ber cesado por completo en su interior. Era
absolutamente puro, como un cris- tal que no siente ningún interés por reflejar
lo que hay a su alrededor, aunque de hecho lo refleja de modo natural y
perfecto. En su mente no existía ningún pensamiento de conseguir un objeto o
huir de otro.
El Tiempo señaló al luminoso muchacho y dijo a Bhrigu:
Ahí tienes a tu hijo.
Luego, saludó a Shukra y le dijo que se
levantara, y éste abrió sus ojos. Al ver a los dos seres radiantes que había
ante él, les saludo con gran respeto y les invitó a sentarse en una roca. Con
palabras muy suaves y dulces les dijo:
¡Oh, seres divinos, soy muy dichoso al
poder contemplaros!. Por vuestra simple presencia ha desaparecido la ilusión de
mi mente, que no había conse- guido vencer ni con la ayuda de las escrituras, ni
con las penitencias, ni con la sabiduría, ni con el conocimiento. Ni una lluvia
de néctar es tan dichosa como la visión de los santos. La tierra se santifica
con vuestras pisadas.
Esta
frase, que coincide con la famosa afirmación de Jehova en el Sinaí, es muy
repetida por el Bhagavan Maharshi, que la define siempre como la mejor
deñnición del átman que existe en la literatura religiosa occidental.
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